LA CELESTINA o Tragicomedia de Calisto y Melibea
de Fernando de Rojas (Toledo, 1470-1541)

He aquí una breve adaptación de toda La celestina [pueden leer toda la obra en el ciberespacio en la Biblioteca Virtual Cervantes], pero en las palabras mismas del autor, Fernando de Rojas. Publicada originalmente en forma anónima en 1499, en Burgos, con el nombre de Tragicomedia de Calisto y Melibea, en 16 actos, en la segunda edición (Toledo, 1500), el autor añade una serie de información sobre la obra y una carta "a un su amigo" en que revela que se encontró el primer acto y que escribió los otros 15 y escribe un acróstico en que revela que "el bachiller Fernando de Rojas" es el autor de la obra.[Ver este enlace.] En las seis ediciones siguientes, todas de 1502, la obra aparece con 21 actos. Esta es nuestra obra más profunda después del Quijote y, por tanto, amerita nuestras detenidas reflexiones.

Nuestro resumen hace caso omiso de los actos, para ofrecer una rápida perspectiva de la obra.
 
 

Argumento de toda la obra

Calisto fue de noble linaje, de claro ingenio, de gentil disposición, de linda criança, dotado de muchas gracias, [28] de estado mediano. Fue preso en el amor de Melibea, muger moça, muy generosa, de alta y sereníssima sangre, sublimada en próspero estado, vna sola heredera a su padre Pleberio, y de su madre Alisa muy amada. Por solicitud del pungido Calisto, vencido el casto propósito della (entreueniendo Celestina, mala y astuta muger, con dos seruientes del vencido Calisto, engañados e por esta tornados desleales, presa su fidelidad con anzuelo de codicia y de deleyte), vinieron los amantes e los que les ministraron, en amargo y desastrado fin. Para comienço de lo cual dispuso el aduersa fortuna lugar oportuno, donde a la presencia de Calisto se presentó la desseada Melibea.


Introdúcense en esta tragi-comedia las personas siguientes

CALISTO  Mancebo enamorado.
 MELIBEA  Hija de Pleberio.
 PLEBERIO  Padre de Melibea.
 ALISA  Madre de Melibea.
 CELESTINA  Alcahueta.
 PÁRMENO  Criado de Calisto.
 SEMPRONIO  Criado de Calisto.
 TRISTÁN  Criado de Calisto.
 SOSIA  Criado de Calisto.
 CRITO  Putañero.
 LUCRECIA  Criada de Pleberio.
 ELICIA  Ramera.
 AREUSA  Ramera.
 CENTURIO  Rofián.

Calisto encuentra a Melibea

Entrando Calisto en una huerta empós de un falcón suyo, halló y a Melibea, de cuyo amor preso, començole de hablar. De la qual rigorosamente despedido, fue para su casa muy sangustiado(64). Habló con vn criado suyo llamado Sempronio, el qual, después de muchas razones, le endereçó a vna vieja llamada Celestina, en cuya casa tenía el mesmo criado vna enamorada llamada Elicia. La qual, viniendo Sempronio a casa de Celestina con el negocio de su amo, tenía a otro consigo, llamado Crito, al qual escondieron. Entretanto que Sempronio está negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por nombre Pármeno. El qual razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conoscido de Celestina, la qual mucho le dize de los fechos e conoscimiento de su madre, induziéndole a amor e concordia de Sempronio.
 

CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?

CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase, y hacer a mi inmérito tanta merced que verte alcanzase, y, en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiese. Por cierto, los gloriosos santos que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo ahora contemplándote.

MELIBEA.- ¿Por gran premio tienes éste, Calisto?

CALISTO.- Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus santos, no lo tendría por tanta felicidad.

MELIBEA.- Pues aún más igual galardón te daré yo, si perseveras.

CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído!

MELIBEA.- Mas desventuradas de que me acabes de oír. Porque la paga será tan fiera cual merece tu loco atrevimiento. Y el intento de tus palabras ha sido como de ingenio de tal hombre como tú. ¡Vete, vete de ahí, torpe!
 

Celestina capta la voluntad de Melibea

Celestina, andando por el camino, habla consigo misma fasta llegar a la puerta de Pleberio, onde(460) halló a Lucrecia, criada de Pleberio. Pónese con ella en razones. Sentidas por Alisa, madre de Melibea e sabido(461) que es Celestina, fázela entrar en casa. Viene vn mensajero a llamar a Alisa. Vase. Queda Celestina en casa con Melibea e le descubre la causa de su venida.

[Comienza hablándole de los males de la vejez, con el fin de convencerla de que debe amar mientras sea joven. La perversa vieja es hábil en el arte de minar las voluntades ajenas. Cuando comienza a hablarle de Calisto, Melibea se irrita; Celestina la aplaca diciéndole que el joven sólo quiere que rece por él y el cordón de su vestido. La muchacha le permite seguir hablando, y ella continúa con su malvada persuasión. Este fragmento es una obra maestra.]

CELESTINA.- A la mi fe, la vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, mancilla de lo pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecina de la muerte, choza sin rama que se llueve por cada parte, cayado de mimbre que con poca carga se doblega.

MELIBEA.- ¿Por qué dices, madre, tanto mal de lo que todo el mundo, con tanta eficacia, gozar o ver desea?

CELESTINA.- Desean harto mal para sí, desean harto trabajo. Desean llegar allá porque llegando viven, y el vivir es dulce, y viviendo envejecen. Así, que el niño desea ser mozo, y el mozo viejo, y el viejo más, aunque con dolor. Todo por vivir, porque, como dicen, "viva la gallina con su pepita". Pero ¿quién te podría contar, señora, sus daños, sus inconvenientes, sus fatigas, sus cuidados, sus enfermedades, su frío, su calor, su descontentamiento, su rencilla, su pesadumbre; aquel arrugar de cara, aquel mudar de cabellos su primera y fresca color, aquel poco oír, aquel debilitado ver, puestos los ojos a la sombra, aquel hundimiento de boca, aquel caer de dientes, aquel carecer de fuerza, aquel flaco andar, aquel espacioso comer? Pues ¡ay, señora!, si lo dicho viene acompañado de pobreza, allí verás callar todos los otros trabajos cuando sobra la gana y falta la provisión, que jamás sentí peor ahíto que de hambre.
En Dios y en mi alma [Calisto] no tiene hiel; gracias dos mil; en franqueza, Alexandre; en esfuerzo, Héctor; gesto de un rey, gracioso, alegre, jamás reina en él tristeza. De noble sangre, como sabes. Gran justador; pues verlo armado: un San Jorge. fuerza y esfuerzo, no tuvo Hércules tanta. La presencia y facciones, disposición, desenvoltura, otra lengua había menester para las contar. Todo junto semeja ángel del cielo. Ahora, señora, tiénele derribado una sola muela que jamás cesa de quejar.

MELIBEA.- ¿Y qué tiempo ha?

CELESTINA.- Podrá ser, señora, de veintitrés años; que aquí está Celestina que lo vio nacer.

MELIBEA.- Ni te pregunto eso, ni tengo necesidad de saber su edad; sino qué tanto ha que tiene el mal.

CELESTINA.- Señora, ocho días. Que parece que ha un año en su flaqueza.

MELIBEA.- ¡Oh, cuánto me pesa con la falta de mi paciencia! Porque siendo él ignorante y tú inocente, habéis padecido las alteraciones de mi airada lengua. En pago de tu sufrimiento, quiero cumplir tu demanda y darte luego mi cordón. Y porque para escribir la oración no habrá tiempo sin que venga mi madre, si esto no bastare, ven mañana por ella muy secretamente.
 

Calisto interroga a Celestina

Se trata de la escena en que Calisto interroga a Celestina sobre los resultados de su primera entrevista con Melibea. Junto con Calisto y la vieja alcahueta, intervienen en la escena Sempronio y Pármeno, criados del joven enamorado.
Las partes más importantes del diálogo corresponden a los largos parlamentos de la vieja. Con palabras llenas de astucia, Celestina se las ingenia para poner de relieve la habilidad con la que ha conseguido vencer la resistencia de Melibea. Todo lo que dice va encaminado a ganar la confianza de Calisto con el fin de que éste pague largamente sus servicios. La astucia y la avaricia son los rasgos más sobresalientes del carácter de la vieja alcahueta.

CALISTO.- Si no quieres, reina y señora mía, que desespere y vaya mi ánima condenada a perpetua pena oyendo esas cosas, certifícame brevemente si no hubo buen fin tu demanda gloriosa, y la cruda y rigurosa muestra de aquel gesto angélico y matador. Pues todo eso es más señal de odio que de amor.

CELESTINA.- La mayor gloria que el secreto oficio de la abeja se da, a la cual los discretos deben imitar, es que todas las cosas por ella tocadas convierte en mejor de lo que son. De esta manera me he habido con las zahareñas razones y esquivas de Melibea. Todo su rigor traigo convertido en miel, su ira en mansedumbre, su aceleramiento en sosiego. Pues ¿a qué piensas que iba allá la vieja Celestina, a quien tú, demás de tu merecimiento, magníficamente galardonaste, sino a ablandar su saña, a sufrir su accidente, a ser escudo de tu ausencia, a recibir en mi manto los golpes, los desvíos, los menosprecios, desdenes, que muestran aquéllas en los principios de sus requerimientos de amor, para que sea después en más tenida su dádiva? Que a quien más quieren, peor hablan. Y si así no fuese, ninguna diferencia habría entre las públicas que aman, a las escondidas doncellas, si todas dijesen sí a la entrada de su primer requerimiento, en viendo que de alguno eran amadas. Las cuales, aunque están abrasadas y encendidas de vivos fuegos de amor, por su honestidad muestran un frío exterior, un sosegado rostro, un apacible desvío, un constante ánimo y casto propósito, unas palabras agrias, que la propia lengua se maravilla del gran sufrimiento suyo, que le hacen forzosamente confesar al contrario de lo que siente. así que, para que tú descanses y tengas reposo, mientras te contare por extenso el proceso de mi habla y la causa que tuve para entrar, sabe que el fin de su razón fue muy bueno.

CALISTO.- Ahora, señora, que me has dado seguro para que ose esperar todos los rigores de la respuesta, di cuanto mandares y como quisieres, que yo estaré atento. Ya me reposa el corazón, ya descansa mi pensamiento, ya reciben las venas y recobran su perdida sangre, ya he perdido temor, ya tengo alegría. Subamos, si mandas, arriba. En mi cámara me dirás por extenso lo que aquí he sabido en suma.

CELESTINA.- Subamos, señor.

PÁRMENO.- (¡Oh, Santa María! ¡Qué rodeos busca este loco para huir de nosotros, para poder llorar a su placer con Celestina de gozo, y por descubrirle mil deseos de su liviano y desvariado apetito, por preguntar y responder seis veces cada cosa, sin que esté presente quien le pueda decir que es prolijo! Pues te aseguro yo, desatinado, que tras ti vamos.)

CALISTO.- Mira, señora, qué hablar trae Pármeno; cómo se viene santiguando de oír lo que has hecho de tu gran diligencia. Espantado está, por mi fe, señora Celestina. Otra vez se santigua. Sube, sube, sube, y siéntate, señora, que de rodillas quiero escuchar tu suave respuesta. Y dime luego: la causa de tu entrada, ¿qué fue?

CELESTINA.- Vender un poco de hilado, con que tengo cazadas más de treinta de su estado, si a Dios ha placido, en este mundo, y algunas mayores.

CALISTO.- Eso será de cuerpo, madre; pero no de gentileza, no de estado, no de gracia y discreción, no de linaje, no de presunción con merecimiento, no en virtud, no en habla.

PÁRMENO.- (Ya discurre eslabones el perdido, ya se desconciertan sus badajadas. Nunca da menos de doce, siempre está hecho reloj de mediodía. Cuenta, cuenta, Sempronio, que estás embobado oyéndole a él locuras y a ella mentiras.)

SEMPRONIO.- (¡Oh maldicente venenoso! ¿Por qué cierras las orejas a lo que todos los del mundo las aguzan, hecho serpiente que huye la voz del encantador? Que sólo por ser de amores estas razones, aunque mentiras, las habís de escuchar con gana.)

CELESTINA.- Oye, señor Calisto, y verás tu dicha y mi solicitud qué obraron. Que, en comenzando yo a vender y poner en precio mi hilado, fue su madre de Melibea llamada para que fuese a visitar una hermana suya enferma. Y como le fue necesario ausentarse, dejó en su lugar a Melibea para...

CALISTO.- ¡Oh gozo sin par, oh singular oportunidad, oh oportuno tiempo! ¡Oh quién estuviera allí debajo de tu manto, escuchando qué hablaría sola aquella en quien Dios tan extremadas gracias puso!

CELESTINA.- ¿Debajo de mi manto dices? ¡Ay mezquina! Que fueras visto por treinta agujeros que tiene, si Dios no le mejora.

PÁRMENO.- (Sálgome fuera, Sempronio. Ya no digo nada, escúchatelo todo. Si este perdido de mi amo no midiese con el pensamiento cuántos pasos hay de aquí a casa de Melibea, y contemplase en su gesto, y considerase cómo estaría concertado el hilado, todo el sentido puesto y ocupado en ella, él vería que mis consejos le eran más saludables que estos engaños de Celestina.)

CALISTO.- ¡Qué es esto, mozos? Estoy yo escuchando atento, que me va la vida; vosotros susurráis, como soléis, por hacerme mala obra y enojo. Por mi amor, que calléis; moriréis de placer con esta señora, según su buena diligencia. Di, señora: ¿qué hiciste cuando te viste sola?

CELESTINA.- Recibí, señor, tanta alteración de placer, que cualquiera que me viera me lo conociera en el rostro.

CALISTO.- Ahora la recibo yo; cuanto más quien ante sí contemplaba tal imagen. ¿Enmudecerías con la novedad inesperada?

CELESTINA.- Antes me dio más osadía a hablar lo que quise verme sola con ella. Abrí mis entrañas, díjele mi embajada: cómo penabas tanto por una palabra de su boca salida en favor tuyo para sanar un tan gran dolor. Y como ella estuviese suspensa mirándome, espantada del nuevo mensaje, escuchando hasta ver quién podía ser el que así por necesidad de su palabra penaba, o a quien pudiese sanar su lengua, en nombrando tu nombre atajó mis palabras y se dio en la frente una gran palmada, como quien cosa de gran espanto hubiese oído, diciendo que cesase mi habla y me quitase delante, si no quería hacer a sus servidores verdugos de mi postrimería, agravando mi osadía, llamándome hechicera, alcahueta, vieja falsa, barbuda, malhechora y otros muchos ignominiosos nombres, con cuyos títulos asombran a los niños de cuna. Y detrás de esto mil amortecimientos y desmayos, mil milagros y espantos, turbado el sentido, bulliendo fuertemente los miembros todos a una parte y a otra, herida de aquella dorada flecha, que del sonido de tu nombre le tocó, retorciendo el cuerpo, las manos enlazadas, como quien se despereza, que parecía que las despedazaba, mirando con los ojos a todas partes, coceando con los pies el suelo duro. Y yo, a todo esto, arrinconada, encogida, callando, muy gozosa con su ferocidad. Mientras más basqueaba, más yo me alegraba, porque más cerca estaba el rendirse y su caída. Pero entretanto me gastaba aquel espumajoso almacén su ira, yo no dejaba mis pensamientos estar vagos ni ociosos, de manera que tuve tiempo para salvar lo dicho.

CALISTO.- Eso me di, señora madre. Que yo he revuelto en mi juicio mientras te escucho, y no he hallado disculpa que buena fuese ni convincente, con que lo dicho se cubriese ni colorase, sin quedar terrible sospecha de tu demanda. Porque conozca tu mucho saber, que en todo me pareces más que mujer: que como tu respuesta tú pronosticaste, proveíste con tiempo tu réplica. ¿Qué más hacía aquella tusca Adeleta, cuya fama siendo tú viva se perdiera? La cual tres días antes de su fin pronosticó la muerte de su viejo marido y de los dos hijos que tenía. Ya creo lo que se dice: que el género flaco de las hembras es más apto para las prestas cautelas que el de los varones.

CELESTINA.- ¿Qué, señor? Dije que tu pena era el mal de muelas, y que la palabra que de ella querría era una oración que ella sabía, muy devota para ellas.

CALISTO.- ¡Oh maravillosa astucia! ¡Oh singular mujer en su oficio! ¡Oh cautelosa hembra! Oh medicina presta! ¡Oh discreta en mensajes! ¿Cuál humano seso bastara a pensar tan alta manera de remedio?
 

Muerte de Calisto

En la primera escena, Melibea se encuentra en el jardín de su casa acompañada por su criada Lucrecia. Mientras espera la visita de Calisto, la joven enamorada canta canciones de amor. Aparece Calisto que elogia el canto de su amada y a continuación se establece entre ellos un bello diálogo amoroso. Abajo se oye la voz de Sosia, criado de Calisto, que riñe con unos rufianes. Al acudir en su ayuda, Calisto cae desde lo alto de la escalera que le ha servido para franquear la tapia del jardín. La escena final está constituida por las lamentaciones de Tristán, otro de los criados de Calisto, y de la desgraciada Melibea.
Conviene observar el tipo de lenguaje utilizado por unos y por otros. Los enamorados se expresan en una lengua culta, elevada, como corresponde a su condición de personas de clase social alta. Los criados se expresan de acuerdo con un nivel de lengua popular, que se corresponde con la lengua hablada en la época.

MELIBEA.- Óyeme tú, por mi vida, que yo quiero cantar sola.

Papagayos, ruiseñores,
que cantáis al alborada
llevad nueva a mis amores
cómo espero aquí asentada.
La media noche es pasada,
y no viene;
sabed si hay otra amada
que lo detiene.

CALISTO.- Vencido me tiene el dulzor de tu suave canto; no puede más sufrir tu penado esperar. ¡Oh mi señora y mi bien todo! ¿Cuál mujer podía haber nacida que desprivase tu gran merecimiento? ¡Oh interrumpida melodía! ¡Oh gozoso rato! ¡Oh corazón mío! ¿Y cómo no pudiste más tiempo sufrir sin interrumpir tu gozo y cumplir el deseo de entrambos?

MELIBEA.- ¡Oh sabrosa traición! ¡Oh dulce sobresalto! ¿Es mi señor y mi alma? ¿Es él? No lo puedo creer. ¿Dónde estabas, luciente sol? ¿Dónde me tenías tu claridad escondida? ¿Hacía rato que escuchabas? ¿Por qué me dejabas echar palabras sin seso al aire, con mi ronca voz de cisne? Todo se goza este huerto con tu venida. Mira la luna, cuán clara se nos muestra; mira las nubes, cómo huyen; oye la corriente agua de esta fontecica, cuánto más suave murmullo y húmedo lleva por entre las frescas hierbas. Escucha los altos cipreses, cómo se dan paz unos ramos con otros, por intercesión de un templadico viento que los mece. Mira sus quietas sombras cuán oscuras están, y aparejadas para encubrir nuestro deleite. Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tornaste loca de placer? Déjamelo, no me lo despedaces, no le trabajes sus miembros con tus pesados brazos. Déjame gozar de lo que es mío, no me ocupes mi placer.

CALISTO.- Pues, señora y gloria mía, si mi vida quieres, no cese tu suave canto. No sea de peor condición mi presencia, con que te alegras, que mi ausencia, que te fatiga.

SOSIA.- ¿Así, bellacos, rufianes, veníais a aterrorizar a los que no os temen? Pues yo os juro que si esperáis, que yo os hiciera ir como merecíais.

CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a verlo, no lo maten; que no está sino un pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de ti.

MELIBEA.- ¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas; tórnate a armar.

CALISTO.- Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen coraza y capacete y cobardía.

SOSIA.- ¿Aún tornáis? Esperad; quizá venís por lana.

CALISTO.- Déjame, por Dios, señora, que puesta está la escala.

MELIBEA.- ¡Oh, desdichada soy! ¡Y cómo vas, tan recio y con tanta prisa y desarmado, a meterte entre quien no conoces! Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido. Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá.

TRISTÁN.- Tente, señor, no bajes. Idos son; que no eran sino Traso el cojo y otros bellacos, que pasaban voceando. Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos a la escala.

CALISTO.- ¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!

TRISTÁN.- Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído de la escala, y no habla ni se bulle.

SOSIA.- ¡Señor, señor, ¡A esa otra puerta...! ¡Tan muerto es como mi abuela! ¡Oh gran desventura!

LUCRECIA.- ¡Escucha, escucha! ¡Gran mal es éste!

MELIBEA.- ¿Qué es esto que oigo, amarga de mí?

TRISTÁN.- ¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Oh mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡Oh día aciago! ¡Oh arrebatado fin!

MELIBEA.- ¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien y placer, todo es ido en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumióse mi gloria!

LUCRECIA.- Tristán, ¿qué dices, mi amor? ¿Qué es eso que lloras tan sin mesura?

TRISTÁN.- ¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! Cayó mi señor Calisto de la escala y es muerto. Su cabeza está en tres partes. Sin confesión pereció. Díselo a la triste y nueva amiga, que no espere más su penado amador. Toma, tú, Sosia, de los pies. Llevemos el cuerpo de nuestro querido amo donde no padezca su honra detrimento, aunque sea muerto en este lugar. Vaya con nosotros llanto, acompáñenos soledad, síganos desconsuelo, vístanos tristeza, cúbranos luto y dolorosa jerga.

MELIBEA.- ¡Oh la más de las tristes triste! ¡Tan poco tiempo poseído el placer, tan presto venido el dolor!

LUCRECIA.- Señora, no rasgues tu cara ni meses tus cabellos. ¡Ahora en placer, ahora en tristeza! ¿Qué planeta hubo que tan presto contrarió su destino? ¡Qué poco corazón es éste! Levanta, por Dios, no seas hallada por tu padre en tan sospechoso lugar, que serás sentida. Señora, señora, ¿no me oyes? No te desmayes, por Dios. Ten esfuerzo para sufrir la pena, pues tuviste osadía para el placer.

MELIBEA.- ¿Oyes lo que aquellos mozos van hablando? ¿Oyes sus tristes cantares? ¡Rezando llevan con responso mi bien todo, muerta llevan mi alegría! No es tiempo de yo vivir. ¿Cómo no gocé más del gozo? ¿Cómo tuve en tan poco la gloria que entre mis manos tuve? ¡Oh ingratos mortales! Jamás conocéis vuestros bienes sino cuando de ellos carecéis.
 

Muerte de Melibea

Lucrecia llama a la puerta de la cámara de Pleberio. Pregúntale Pleberio lo que quiere. Lucrecia le da priessa que vaya a uer a su hija Melibea. Leuantado Pleberio, va a la cámara de Melibea. Consuélala, preguntando qué mal tiene. Finge Melibea dolor de coraçón. Embía Melibea a su padre por algunos instrumentos músicos. Sube ella e Lucrecia en vna torre. Embía de sí a Lucrecia. Cierra tras ella la puerta. Llégase su padre al pie de la torre. Descúbrele Melibea todo el negocio, que hauía passado. En fin, déxase caer de la torre abaxo.

 PLEBERIO.- ¿Qué quieres, Lucrecia? ¿Qué quieres tan presurosa? ¿Qué pides con tanta importunidad e poco sosiego? ¿Qué es lo que mi hija ha sentido? ¿Qué mal tan arrebatado puede ser, que no aya yo tiempo de me vestir ni me des avn espacio a me leuantar?

     LUCRECIA.- Señor, apresúrate mucho, si la quieres ver viua, que ni su mal conozco de fuerte ni a ella ya de desfigurada.

     PLEBERIO.- Vamos presto, anda allá, entra adelante, alça essa antepuerta e abre bien essa ventana, porque le pueda ver el gesto con claridad(1061). ¿Qué es esto, hija mía? ¿Qué dolor e sentimiento es el tuyo? ¿Qué nouedad es esta? ¿Qué poco esfuerço es este? Mírame, que soy tu padre. Fabla comigo, cuéntame la causa de tu arrebatada pena. ¿Qué has? ¿Qué sientes? ¿Qué quieres? Hablame, mírame, dime la razón de tu dolor, porque presto sea remediado. No quieras embiarme con triste postrimería al sepulcro. Ya sabes que no tengo otro bien, sino a ti. Abre essos alegres ojos e mírame.

     MELIBEA.- ¡Ay dolor!

     PLEBERIO.- ¿Qué dolor puede ser, que yguale con ver yo el tuyo? Tu madre está sin seso en oyr tu mal. No pudo venir a verte de turbada. Esfuerça tu fuerça, abiua tu coraçón, arréziate de manera que puedas tú comigo yr a visitar a ella. Dime, ánima mía, la causa de tu sentimiento.

     MELIBEA.- ¡Pereció mi remedio!

     PLEBERIO.- Hija, mi bienamada e querida del viejo padre, por Dios, no te ponga desesperación el cruel tormento desta tu enfermedad e passión, que a los flacos coraçones el dolor los arguye. Si tú me cuentas tu mal, luego será remediado. Que ni faltarán medicinas ni médicos ni siruientes para buscar tu salud, agora consista en yeruas o en piedras o en palabras o esté secreta en cuerpos de animales. Pues no me fatigues más, no me atormentes, no me hagas salir de mi seso e dime ¿qué sientes?

     MELIBEA.- Vna mortal llaga en medio del coraçón, que no me consiente hablar. No es ygual a los otros males; menester es sacarle para ser curada, que está en lo más secreto dél.

     PLEBERIO.- Temprano cobraste los sentimientos de la vegez. La moçedad toda suele ser plazer e alegría, enemiga de enojo. Levántate de ay. Vamos a uer los frescos ayres de la ribera: alegrarte has con tu madre, descansará tu pena. Cata, si huyes de plazer, no ay cosa más contraria a tu mal.

     MELIBEA.- Vamos donde mandares. Subamos, señor, al açotea alta, porque desde allí goze de la deleytosa vista de los nauíos: por ventura afloxará algo mi congoxa.

     PLEBERIO.- Subamos e Lucrecia con nosotros.

     MELIBEA.- Mas, si a ti plazerá, padre mío, mandar traer algún instrumento de cuerdas con que se sufra mi dolor o tañiendo o cantando, de manera que, avnque aquexe por vna parte la fuerça de su acidente, mitigarlo han por otra los dulces sones e alegre armonía.

     PLEBERIO.- Esso, hija mía, luego es hecho. Yo lo voy a mandar aparejar.

     MELIBEA.- Lucrecia, amiga mía, muy alto es esto. Ya me pesa por dexar la compañía de mi padre. Baxa a él e dile que se pare al pie desta torre, que le quiero dezir vna palabra, que se me oluidó que fablasse a mi madre.

     LUCRECIA.- Ya voy, señora.

     MELIBEA.- De todos soy dexada. Bien se ha adereçado la manera de mi morir. Algún aliuio siento en ver que tan presto seremos juntos yo e aquel mi querido amado Calisto. Quiero cerrar la puerta, porque ninguno suba a me estoruar mi muerte. No me impidan la partida, no me atajen el camino, por el qual en breue tiempo podré visitar en este día al que me visitó la passada noche. Todo se ha hecho a mi voluntad. Buen tiempo terné para contar a Pleberio mi señor la causa de mi ya acordado fin. Gran sinrazón hago a sus canas, gran ofensa a su vegez. Gran fatiga le acarreo con mi falta. En gran soledad le dexo. Y caso que por mi morir a mis queridos padres sus días se diminuyessen, ¿quién dubda que no aya auido otros más crueles contra sus padres? Bursia, rey de Bitinia, sin ninguna razón, no aquexándole pena como a mí, mató su propio padre. Tolomeo, rey de Egypto, a su padre e madre e hermanos e muger, por gozar de vna manceba. Orestes a su madre Clistenestra. El cruel emperador Nero a su madre Agripina por solo su plazer hizo matar. Estos son dignos de culpa, estos son verdaderos parricidas, que no yo; que con mi pena, con mi muerte purgo la culpa, que de su dolor se me puede poner. Otros muchos crueles ouo, que mataron hijos e hermanos, debaxo de cuyos yerros el mío no parescerá grande. Philipo, rey de Macedonia; Herodes, rey de Judea; Constantino, emperador de Roma; Laodice, reyna de Capadocia, e Medea, la nigromantesa. Todos estos mataron hijos queridos e amados, sin ninguna razón, quedando sus personas a saluo. Finalmente, me ocurre aquella gran crueldad de Phrates, rey de los Parthos, que, porque no quedasse sucessor después dél, mató a Orode, su viejo padre e a su vnico hijo e treynta hermanos suyos. Estos fueron delictos dignos de culpable culpa, que, guardando sus personas de peligro, matauan sus mayores e descendientes e hermanos. Verdad es que, avnque todo esto assí sea, no auía de remedarlos en lo que malhizieron; pero no es más en mi mano. Tú, Señor, que de mi habla eres testigo, ves mi poco poder, ves quán catiua tengo mi libertad, quán presos mis sentidos de tan poderoso amor del muerto cauallero, que priua al que tengo con los viuos padres.

     PLEBERIO.- Hija mía Melibea, ¿qué hazes sola? ¿Qué es tu voluntad dezirme? ¿Quieres que suba allá?

     MELIBEA.- Padre mío, no pugnes ni trabajes por venir adonde yo estó, que estoruaras la presente habla, que te quiero fazer. Lastimado, serás breuemente con la muerte de tu vnica fija. Mi fin es llegado, llegado es mi descanso e tu passión, llegado es mi aliuio e tu pena, llegada es mi acompañada hora e tu tiempo de soledad. No haurás, honrrado padre, menester instrumentos para aplacar mi dolor, sino campanas para sepultar mi cuerpo. Si me escuchas sin lágrimas, oyrás la causa desesperada de mi forçada e alegre partida. No la interrumpas con lloro ni palabras; si no, quedarás más quexoso en no saber por qué me mato, que doloroso por verme muerta. Ninguna cosa me preguntes ni respondas, más de lo que de mi grado dezirte quisiere. Porque, quando el coraçón está embargado de passión, están cerrados los oydos al consejo e en tal tiempo las frutuosas palabras, en lugar de amansar, acrecientan la saña. Oye, padre mío, mis vltimas palabras e, si como yo espero las recibes, no culparás mi yerro. Bien vees e oyes este triste e doloroso sentimiento, que toda la ciudad haze. Bien vees este clamor de campanas, este alarido de gentes, este aullido de canes, este grande estrépito de armas. De todo esto fuy yo la causa. Yo cobrí de luto e xergas en este día quasi la mayor parte de la cibdadana cauallería, yo dexé, oy muchos siruientes descubiertos de señor, yo quité muchas raciones e limosnas a pobres e enuergonçantes, yo fuy ocasión que los muertos touiessen compañía del más acabado hombre, que en gracia nasció, yo quité a los viuos el dechado de gentileza, de inuenciones galanas, de atauíos e brodaduras, de habla, de andar, de cortesía, de virtud, yo fuy causa que la tierra goze sin tiempo el más noble cuerpo e más fresca juuentud, que al mundo era en nuestra edad criada. E porque estarás espantado con el son de mis no acostumbrados delitos, te quiero más aclarar el hecho. Muchos días son passados, padre mío, que penaua por amor vn cauallero, que se llamaua Calisto, el qual tú bien conosciste. Conosciste assimismo sus padres e claro linaje: sus virtudes e bondad a todos eran manifiestas. Era tanta su pena de amor e tan poco el lugar para hablarme, que descubrió su passión a vna astuta e sagaz muger, que llamauan Celestina. La qual, de su parte venida a mí, sacó mi secreto amor de mi pecho. Descubría a ella lo que a mi querida madre encobría. Touo manera cómo ganó mi querer, ordenó cómo su desseo e el mío houiessen efeto. Si él mucho me amaua, no viuía engañado. Concertó el triste concierto de la dulce e desdichada execución de su voluntad. Vencida de su amor, dile entrada en tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito. Perdí mi virginidad. Del qual deleytoso yerro de amor gozamos quasi vn mes. E como esta passada noche viniesse, según era acostumbrado, a la buelta de su venida, como de la fortuna mudable estouiesse dispuesto e ordenado, según su desordenada costumbre, como las paredes eran altas, la noche escura, la escala delgada, los siruientes que traya no diestros en aquel género de seruicio e él baxaua pressuroso a uer vn ruydo, que con sus criados sonaua en la calle, con el gran ímpetu que leuaua, no vido bien los passos, puso el pie en vazío e cayó. De la triste cayda sus más escondidos sesos quedaron repartidos por las piedras e paredes. Cortaron las hadas sus hilos, cortáronle sin confessión su vida, cortaron mi esperança, cortaron mi gloria, cortaron mi compañía. Pues ¿qué crueldad sería, padre mío, muriendo él despeñado, que viuiese yo penada? Su muerte combida a la mía, combídame e fuerça que sea presto, sin dilación, muéstrame que ha de ser despeñada por seguille en todo. No digan por mí: a muertos e a ydos... E assí contentarle he en la muerte, pues no tuue tiempo en la vida. ¡O mi amor e señor Calisto! Espérame, ya voy; detente, si me esperas; no me incuses la tardança que hago, dando esta vltima cuenta a mi viejo padre, pues le deuo mucho más.» ¡O padre mío muy amado! Ruégote, si amor en esta passada e penosa vida me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas: juntas nos hagan nuestras obsequias. Algunas consolatorias palabras te diría antes de mi agradable fin, coligidas e sacadas de aquellos antigos libros, que tú por más aclarar mi ingenio me mandauas leer; sino que ya la dañada memoria con la grand turbación me las ha perdido e avn porque veo tus lágrimas malsofridas decir por tu arrugada haz. Salúdame a mi cara e amada madre: sepa de ti largamente la triste razón porque muero. ¡Gran plazer lleuo de no la ver presente! Toma, padre viejo, los dones de tu vegez. Que en largos días largas se sufren tristezas. Rescibe las arras de tu senectud antigua, rescibe allá tu amada hija. Gran dolor lleuo de mí, mayor de ti, muy mayor de mi vieja madre. Dios quede contigo e con ella. A él ofrezco mi ánima. Pon tú en cobro este cuerpo, que allá baxa.
 
 

Refranes y frases proverbiales recogidas de La Celestina
[Tomado de la Biblioteca Virtual Cervantes] (1103)

El abad de do canta de allí viste,

Quien mucho abarca poco suele apretar,

Un solo acto no haze hábito,

Poco sabes de achaque de yglesia,

En achaque de trama, etc.,

Adivinar, que azotan,

El duro adversario entibia las yras e sañas,

Coger agua en cesto,

Meter aguja y sacar reja,

El axuar de la frontera,

En el aldigüela, más mal hay que suena,

Una alma sola ni canta ni llora,

Conciértame essos amigos,

El cierto amigo en la cosa incierta se conosce, en las adversidades se prueva,

Más vale ser buena amiga que mala casada,

Amor, con amor se paga,

El amor impervio todas las cosas vence,

¡Andar!, ¡passe!

Sacar aradores a pala e açadón,

Quien a buen árbol se arrima,

Do vino el asno verná el albarda,

Un asno cargado de oro sube ligero por una montaña, [258]

Xo que te estriego asna coxa,

A la primera azadonada queréis sacar agua,

Cuando la barba de tu vecino vieres pelar, echa la tuya en remojo,

Uno piensa el vayo e otro el que lo ensilla,

Quien bien quiere a Beltrán, a todas las cosas ama,

Quien menos procura, alcança más bien,

Cierre la boca e comience abrir la bolsa,

Cada bohonero alaba sus agujas,

Dígole que se vaya y abáxasse las bragas,

¿Adónde yrá el buey que no are?,

A cabo de un año, tarde e con mal,

A cada cabo ay tres leguas de mal quebranto,

Al cabo estoy,

El que está en muchos cabos, está en ninguno,

Tomar calças de Villadiego,

Cada camino descubre sus dañosos e hondos barrancos,

Conciértame esos candiles,

Capa de pecadores,

Sobre la capa del justo,

En casa llena presto se adereça cena,

Nunca tú harás casa con sobrado,

Uno en casa y otro a la puerta,

Afeita un cepo y parecerá mancebo,

No terná cera en el oydo,

Por demás es la cítola en el molino,

Un clavo con otro se espele e un dolor con otro,

Entre col e col lechuga,

Mal me quieren mis comadres, etc.,

Riñen las comadres,

Tresquílanme en concejo e no lo saben en mi casa,

Toda comparación es odiosa,

A los flacos coraçones el dolor los arguye,

Quien me vido e quien me vee agora, no sé cómo no quiebra su coraçón de dolor,

Corderica mansa mama su madre e la ajena,

Tan presto se va el cordero como el carnero,

De ninguna cosa es alegre possesión sin compañía,

Ni ay cosa tan provechosa, que en llegando aproveche. Como la medicina de Fernando, que estaba en la botica y estaba obrando. [259]

De cossario a cossario no se pierden sino los barriles,

Nunca mucho costó poco,

Múdanse costumbres con la mudança del cabello e variación,

Mudar costumbre es a par de muerte,

Tresquilar a cruzes,

Crié cueruo que me sacasse el ojo,

Questión de Sant Juan, paz para todo el año,

Ninguno da lo que no tiene,

La presta dádiva su efeto ha doblado. Acaso se acuerda el autor de los Proverbios de Séneca con la glosa, Sevilla, 1500, f. 8: «Dos vezes es agradescido quando se da lo que cumple y con voluntad se offresce.»

Día e victo e parte en parayso,

Los días no se van en balde,

Vale más un día del hombre discreto, que toda la vida del nescio,

Oyrá el diablo,

Vaya el diablo para ruyn,

A dineros pagados, braços quebrados,

Sobre dinero no ay amistad,

Todo lo puede el dinero,

Quando Dios quería,

Da Dios havas a quien no tiene quixadas,

De Dios en ayuso,

Dios os salve,

Dios te dé buena manderecha,

Más vale a quien Dios ayuda, que quien mucho madruga,

Más vale a quien Dios ayuda, que quien mucho madruga,

Dos a dos,

De los enemigos los menos,

Quien engaña al engañador,

A buen entendedor,

Quien yerra e se enmienda,

No arrendarle los escamochos,

Ya tienes tu escudilla,

Jamás el esfuerço desayudó la fortuna,

Ofrescer mucho al que poco pide es especie de negar,

La esperiencia e escarmiento haze los hombres arteros,

Estremo es creer a todos e yerro no creer a ninguno,

Cada uno dice de la feria como le va en ella,

Dize cada uno de la feria segund le va en ella,

Quanto mayor es la fortuna, tanto es menos segura, [260]

La fortuna ayuda a los osados. El seudo Virgilio corriente dice: «Audaces fortuna iuvat, timidosque repellit.» El Virgilio auténtico: «Audentes fortuna iuvat.» Y así en el adagio vulgar latino de Terencio (Formio, I, 4) y Cicerón (Tusc., 2, 411). En Moreto, El Caballero, 2, 8: «La fortuna ayuda a los audaces.»

La fortuna ayuda a los osados,

Al freír lo verá,

Mucha fuerça tiene el amor,

Biva la gallina con su pepita,

No le arriendo la ganancia,

Una golondrina no haze verano,

Un solo golpe no derriba un roble,

Continua gotera horaca una piedra,

Nuestro gozo en el pozo,

El gusto dañado, muchas veces juzga por dulce lo amargo,

Cargado de hierro e cargado de miedo,

Con lo que sana el hígado enferma la bolsa,

Tenemos hijo o hija,

Al hilo de la gente,

A falta de hombres buenos, hicieron a mi padre alcalde,

Al hombre vergonçoso el diablo le traxo a palacio,

De los hombres es errar e bestial es la porfía,

El hombre apercebido, medio combatido,

Honrra sin prouecho, anillo en el dedo,

Honra y provecho no caben en un saco,

En hoto del conde no mates al hombre,

Tomar con el hurto,

Vaya e venga,

Las yras de los amigos siempre suelen ser reintegración del amor,

Pagar justos por pecadores,

Beber los kiries,

Lágrimas e sospiros mucho desenconan el coraçón dolorido,

Ir por lana y volver trasquilado,

Ir por lana y volver trasquilado,

El lobo es en la conseja,

De los locos es estimar a todos los otros de su calidad,

El loco por la pena es cuerdo,

O es loco o priuado,

Si la locura fuesse dolores, en cada casa auría bozes,

Llegar e recabdar,

Por mucho madrugar, no amanece más ayna,

Con mal está el huso, quando [261] la barva no anda de suso,

Mal ageno de pelo cuelga,

Buenas son mangas passada la pasqua,

Un manjar solo continuo presto pone hastío,

Está en manos el pandero que lo sabrá bien tañer,

Es más cierto médico el esperimentado que el letrado,

De los discretos mensajeros es hazer lo que el tiempo quiere,

A mesa puesta,

A mesa puesta con tus manos lauadas e poca vergüença,

Vale más una migaja de pan con paz, que toda la casa llena de viandas con renzilla,

Mocedad ociosa acarrea la vejez arrepentida e trabajosa,

Del monte sale con que se arde,

Mueran e biuamos,

Mientras más moros, más ganancia,

El moço del escudero gallego,

A muertos e a ydos,

Los muertos abren los ojos de los que biuen,

Quando al mundo es o crece o descrece,

El mur que no sabe sino un horado,

A nuevo negocio nuevo consejo,

De las obras dudo, quanto más de las palabras,

Las obras hazen linaje,

Ay ojos, que de lagaña se agradan,

No es oro quanto reluze,

No es todo oro quanto amarillo reluze,

Guay de quien en palacio envejece,

Comer el pan con corteza,

Con su pan se lo coma,

No se le cueze el pan,

Pan e vino anda camino, que no moço garrido,

Picar el pan en el puño,

Adiós, paredes,

Las paredes han oídos,

Pequeña parte desparte conformes amigos,

Ninguna humana passión es perpetua ni durable,

No da paso seguro quien corre por el muro,

Mal pecado,

Quien peque e pague,

Mucho va de Pedro a Pedro,

Aunque muda el pelo la raposa, su natural no despoja, [262]

Hazientes e consintientes merecen ygual pena,

Perdido es quien tras perdido anda,

A otro perro con ese huesso,

A perro viejo no cuz cuz,

A tal perra vieja,

El perro del ortolano,

Nunca más perro a molino,

Si me quebré el pie, fue por mi bien,

Como piedras a tablado,

Piedra mouediza nunca moho la cobija,

El plazer no comunicado no es plazer,

Que me plaze,

De lo poco, poco; de lo mucho, nada,

Buena pro haga las çapatas,

El propósito mucha el sabio,

A essotra puerta,

Cuando una puerta se cierra, otra se abre,

Si sabe mucho la raposa, más el que la toma,

Hacer raya en el agua,

Hablando con reverencia,

Al rey, me atengo,

A río buelto ganancia de pescadores,

Nunca faltan rogadores para mitigar las penas,

Quien sola una ropa tiene presto la envegece,

Ande la rueda,

Por demás es ruego a quien no puede haver misericordia,

Más es el ruydo que las nuezes,

Ruyn sea quien por ruyn se tiene,

La que las sabe las tañe,

Quien las sabe las tañe,

Al sabor y no al olor,

Malo es esperar salud en muerte agena,

A saluo está el que repica,

Aquel va más sano que anda por llano. Aquel va sano que anda por lo llano o aquel va más sano que anda por lo llano (CORR., 61).

Dize el sano al doliente: Dios te dé salud,

Serle ha sano,

Quitar a un sancto para poner en otro,

Echa otra sardina, que otro ruin viene,

A quien dizes el secreto das tu libertad,

Asaz es señal mortal no querer sanar, [263]

Mala señal es de amor huyr e boluer la cara,

Quien a otro sirue, no es libre,

El seso al carcañal,

Irán allá la soga e el calderón,

Quiebra la soga por lo más delgado,

A gran subida, gran caída,

Quien torpemente sube a lo alto, más ayna cae que subió,

Al te sueño,

Decir el sueño y la soltura,

Tablilla de mesón, que para sí no tiene abrigo y dale a todos,

Los thesoros de Venecia,

Un testigo solo no es entera fe,

Al tiempo el consejo,

No se puede dezir sin tiempo fecho lo que en todo tiempo se puede fazer,

Quien tiempo tiene e mejor le espera, tiempo viene, que se arrepiente,

Todo tiempo pasado fue mejor,

Sin que las sienta la tierra,

Toman antes al mentiroso que al que coxquea,

Todo aquello alegra, que con poco trabajo se gana,

A un traidor dos alevosos,

Tres al mohíno,

No se toman truchas, etc.,

A tuerto o a derecho,

A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo,

Ser uña y carne,

Más vale prevenir que ser preuenidos,

Valiera más solo, que mal acompañado,

A tres me parece que va la vencida,

Si te vi, burleme,

Ni vieja castigues...,

Vieja escarmentada pasa el vado arregazada,

Quando el vil está rico, no tiene pariente ni amigo,

Vive comigo e busca quien te mantenga,

Como de lo vivo a lo pintado,

Yerro es no creer e culpa creerlo todo,

No se ganó Zamora en una hora, [265]