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Diseñado y mantenido por la profesora Suzanne Petersen de Washington University, este extraordinario y ambicioso proyecto quiere ofrecer la lista más completa de romances que jamás ha estado antes a la disposición de cualquier lector del Romancero. Mientras los romanceros que, desde fines del siglo XV, han aparecido en la geografía literaria presentaban al lector colecciones específicas de romances, aquí se intenta unirlos todos en línea para deleite y disfrute de todos los amantes de esta literatura. Como nosotros no hemos adquirido una selección de romances para la clase, he decidido indicarles, de este extenso corpus, los siguientes romances para que ustedes los lean y vengan preparados para la clase. Entren a la página del Romancero pan-hispánico y delen al ratón donde dice Base de datos de romances. En la siguiente página, después del párrafo de color verde, marquen el círculo blanco que dice: "Wolf-Hofmann Primavera y flor de Romances." Al pie de la página hagan click en la ventanilla que dice submit. Esto les lleva al portal de todos estos romances (248 en total). He aquí la lista que me gustaría que ustedes leyeran para nuestras próximas clases [el orden se refiere a su aparición en pantalla]:
0296:1 Amores trata Rodrigo (á-o)
(ficha nº: 1382)
0018:1 En Ceuta está don Julián (á-a)
(ficha nº: 1385)
0019:1 Las huestes de don Rodrigo (í-a)
(ficha nº: 1386)
0389:1 Profecía de la pérdida de España (í-a)
(ficha nº: 1387)
0020:9 Penitencia del rey don Rodrigo (í-a) (í-a)
(ficha nº: 1389)
0804:1 La infanta navarra libera al conde castellano (í-a)
(ficha nº: 1398)
0123:1 El conde Fernán González llamado a cortes (ó)
(ficha nº: 1400)
0050:1 Ardid de la condesa para liberar a su marido (á-o)
(ficha nº: 1401)
0001:1 Jimena pide justicia (á)
(ficha nº: 1413)
0004:1 Quejas de doña Urraca (á-a)
(ficha nº: 1422)
0035:1 Jura de Santa Gadea (á-o)
(ficha nº: 1442)
0040.6:2 ¡Ay de mi Alhama! [A] (á-a)
(ficha nº: 1486)
Todos son anónimos |
LA MISA DE AMOR
Mañanita de San Juan, mañanita de primor,
cuando damas y galanes van a oír misa mayor.
Allá va la mi señora, entre todas la mejor;
viste saya sobre saya, mantellín de tornasol,
camisa con oro y perlas bordada en el cabezón.
En la su boca muy linda lleva un poco de dulzor;
en la su cara tan blanca, un poquito de arrebol,
y en los sus ojuelos garzos lleva un poco de alcohol;
así entraba por la iglesia relumbrando como el sol.
Las damas mueren de envidia, y los galanes de amor.
El que cantaba en el coro, en el credo se perdió;
el abad que dice misa, ha trocado la lición;
monacillos que le ayudan, no aciertan responder, non,
por decir amén, amén, dicen amor, amor.
ROMANCE DE FONTEFRIDA
Fontefrida, Fontefrida, Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas van tomar consolación,
si no es la tortolica que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera pasar el traidor del ruiseñor,
las palabras que él decía llenas son de traición;
—Si tu quisieses, señora, yo sería tu servidor.
—Vete de ahí, enemigo, malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde, ni en prado que tenga flor,
que si hallo el agua clara, turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido, porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos, ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo, malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga ni casar contigo, no.
Dice Menéndez Pidal (Flor Nueva de Romances Viejos. Madrid: Espasa-Calpe, 1976) que "en los autores de la antigüedad y de la Edad Media es celebrada la fidelidad de la tórtola viuda, que se posa en las ramas secas para llorar su dolor y enturbia el agua clara antes de beberla. Tirso [de Molina] trata este tema en un sonoro cuarteto de la Dama del Olivar: "La tortolilla con sus suspiros quiebra, / viuda, los vientos por el bien que pierde, / y mientras las exequias le celebra, / huye del agua clara y roble verde" (65).
Romance de una gentil dama y un rústico pastor
Pastor que estás en el campo de amores tan
descuidado
escucha a una gentil dama que por ti se ha desvelado.
"Conmigo no habéis hablado," respondió
el villano vil,
"tengo el ganado en la sierra, con mi ganadico me quiero
ir."
Pastor que estás avezado a dormir en la retama
si te casaras conmigo tendrías gustosa cama.
"Vete a esotra puerta y llama," respondió el villano vil,
"tengo el ganado en el monte, con mi ganadico voy a dormir."
Deja la sierra y su nieve que tu frío me da pena,
ven, caliéntate a mi fuego, tendrás una noche
buena.
"Mal se os guise la cena," respondió el villano
vil,
"tengo el ganado en la sierra, y a mi ganadico me quiero
ir."
Mi gandaico y el tuyo pastarán en prado llano,
juntos han de retozar largas siestas del verano.
"Mas que te muerda un alano," respondió el villano
vil,
"bien se está el mío en la sierra y el tu
ganadico en su buen redil."
Tres viñas de tierra buena te daría en casamiento,
una haca y un jumento, cabras cien y una colmena.
"Nunca llueve como truena," respondió el villano
vil,
"tengo el ganado en la sierra y a mi ganadico me quiero
ir.
Entenderme tú no quieres, no des prisa en ir al
hato;
comerás, pues te convido, de mí misma te
hago el plato.
"No quiero pagar el pato," respondió el villano vil,
"me basta comer mis vigas y a mi ganadico tengo de ir."
Más es que la de la nieve de mi cuerpo la blancura,
rostro de leche y coral delgadica en la cintura.
"Mucho bueno poco dura," respondio el villano vil,
"tengo el ganado en la sierra, con mi ganadico voy a dormir."
El cuello tengo de garza, los ojos de un esparver,
las teticas aguditas que el brial quieren romper.
"No me puedo detener por más que tengas ahí;
tengo el ganado en la sierra, y a mi ganadico me quiero
ir."
Desecha de la dama
que dice con enojo:
¡Oh, mal haya el vil pastor!, que dama gentil le
ame
y le requiebre de amores y él se vaya aunque le
llame.
"El buey suelto bien se lame," respondió el villano
al fin;
" y por más que me dijeres, con mi ganadico voy
a dormir."
Romance del Enamorado y la Muerte
Un sueño soñaba anoche, soñito
del alma mía,
soñaba con mis amores, que en mis manos los
tenía,
Vi entrar señora tan blanca, muy más
que la nieve fría.
— ¿Por donde has entrado, amor? ¿Cómo
has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas
y celosías.
— ¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir
un día!
— Muy de prisa se calzaba, más de prisa se
vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.
— ¿Cómo te podré yo abrir si
la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está
dormida.
— Si no me abres esta noche, ya no me abrirás,
querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida
sería.
— Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas
arriba,
y si el cordón no alcanzara, mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe; la Muerte que allí
venía:
— Vamos, el enamorado, que la hora está cumplida.
Sobre este romance comenta Ramón Menéndez Pidal: "Este curioso romance, desconocido en todas las colecciones, menos del Romancillo de Milá, se conserva en la tradición del noreste de España (Asturias, León, Zamora), en Cataluña y entre los judíos españoles de Grecia. Procede de un romance de Juan del Encina que comienza: "Yo me estado reposando, / durmiendo como solía," muy divulgado en el siglo XVI. Es una de tantas elegías amorosas. La tradición reelaboró el tema convirtiéndolo en un singular esbozo dramático de amor y muerte (64).
ROMANCE DEL PRISIONERO
Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan y están los campos
en flor,
cuando canta la calandria y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado, que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día ni cuándo
las noches son,
sino por una avecilla que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero; déle Dios mal galardón.
Comentario de Menéndez Pidal: "Entre las avecicas que promueven la melancolía de un prisionero (recordemos "The Prisoner of Chillon," de Lord Byron; "Lamento della prigioniera" en el Marco Visconti, de Tomaso Grossi, etc.), la del romance español es la que trina con más intensa dulzura y con absoluta ausencia de elementos patéticos (212).
ROMANCE DE GERINELDO Y LA INFANTA
— Gerineldo, Gerineldo, paje del rey más querido,
quién te tuviera esta noche en mi jardín
florecido.
— Válgame Dios, Gerineldo, cuerpo que tienes
tan lindo.
— Como soy vuestro criado, señora, burláis
conmigo.
— No me burlo, Gerineldo, que de veras te lo digo.
— ¿Y cuándo, señora mía,
cumpliréis lo prometido?
— Entre las doce y la una que el rey estará
dormido.
Media noche ya es pasada. Gerineldo no ha venido.
«¡Oh, malhaya, Gerineldo, quien amor
puso contigo!»
— Abráisme, la mi señora, abráisme,
cuerpo garrido.
— ¿Quién a mi estancia se atreve, quién
llama así a mi postigo?
— No os turbéis, señora mía,
que soy vuestro dulce amigo.
Tomáralo por la mano y en el lecho lo ha metido;
entre juegos y deleites la noche se les ha ido,
y allá hacia el amanecer los dos se duermen
vencidos.
Despertado había el rey de un sueño
despavorido.
«O me roban a la infanta o traicionan el castillo.»
Aprisa llama a su paje pidiéndole los vestidos:
«¡Gerineldo, Gerineldo, el mi paje más
querido!»
Tres veces le había llamado, ninguna le ha
respondido.
Puso la espada en la cinta, adonde la infanta ha
ido;
vio a su hija, vio a su paje como mujer y marido.
«¿Mataré yo a Gerineldo, a quien
crié desde niño?
Pues si matare a la infanta, mi reino queda perdido.
Pondré mi espada por medio, que me sirva de
testigo.»
Y salióse hacia el jardín sin ser de
nadie sentido.
Rebullíase la infanta tres horas ya el sol
salido;
con el frior de la espada la dama se ha estremecido.
— Levántate, Gerineldo, levántate,
dueño mío,
la espada del rey mi padre entre los dos ha dormido.
— ¿Y adónde iré, mi señora,
que del rey no sea visto?
— Vete por ese jardín cogiendo rosas y lirios;
pesares que te vinieren yo los partiré contigo.
— ¿Dónde vienes, Gerineldo, tan mustio
y descolorido?
— Vengo del jardín, buen rey, por ver cómo
ha florecido;
la fragancia de una rosa la color me ha devaído.
— De esa rosa que has cortado mi espada será
testigo.
— Matadme, señor, matadme, bien lo tengo merecido.
Ellos en estas razones, la infanta a su padre vino:
— Rey y señor, no le mates, mas dámelo
por marido.
O si lo quieres matar la muerte será conmigo.
Otra vez la voz de Menéndez Pidal: " Se funda este romance en los legendarios amores de Eginardo, secretario y camarero de Carlomagno, con Emma, la hija del emperador. El chocante detalle de la espada interpusta en el lecho era un viejo símbolo jurídico indicador del respeto a la virginidad: el rey del romance interpone su espada como expresión de un imposible deseo de proteger la pureza de su hija, y, a la vez, como un acusación y un amenaza" (58-59).
Romance del conde Niño
Conde Niño por amores es niño y pasó
la mar.
Va a dar agua a su caballo la mañana de San
Juan.
Mientras el caballo bebe, él canta dulce cantar:
todas las aves del cielo se paraban a escuchar.
La reina estaba labrando, la hija durmiendo está:
— Levantaos, Albaniña, de vuestro dulce folgar,
sentiréis cantar hermoso la sirenita del mar.
— No es la sirenita, madre, la de tan bello cantar,
sino es el Conde Niño que por mi quiere finar.
— Si por tus amores pena, ¡oh, mal haya su
cantar!
y porque nunca los goce, yo le mandaré matar.
— Si le manda matar madre, juntos nos han de enterrar.
El murió a la medianoche, ella a los gallos
cantar;
a ella, como hija de reyes, la entierran en el altar;
a él, como hijo de conde unos pasos más
atrás.
De ella nació un rosal blanco, de él
nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro, los dos se van a juntar.
La reina, llena de envidia, ambos los mandó
cortar;
el galán que los cortaba no cesaba de llorar.
De ella naciera una garza de él un fuerte
gavilán,
juntos vuelan por el cielo, juntos vuelan par a par.
Romance del conde Arnaldos
¡Quién hubiese tal ventura
sobre las aguas de mar,
como hubo el conde Arnaldos la
mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano la caza iba
cazar;
vio venir una galera que a tierra quiere llegar:
las velas traía de seda, la ejarcia
de oro torzal,
marinero que la manda diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma, los vientos hace
amainar,
los peces que andan al hondo arriba los hace
andar,
las aves que andan volando al mástil
vienen posar.
Allí habló el conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
—Por tu vida, el marinero, dígasme
ora ese cantar.
Respondióle el marinero, tal respuesta,
le fue a dar:
—Yo no digo esta canción sino a quien
conmigo va.
Tristán e Iseo
Herido está don Tristán
de una mala lanzada,
diérasela el rey su tío
por celos que de él cataba,
diósela desde una torre, que de cerca no osaba.
El hierro tiene en el cuerpo, de fuera le tiembla
el asta:
Tan malo está don Tristán,
que a Dios quiere dar el alma.
Valo a ver la reina Iseo, la su
linda enamorada,
cubierta de un paño negro
que de luto se llamaba.
Viéndole tan mal parado,
dice así la triste dama:
— Quien vos hirió, don Tristán,
heridas tenga de rabia,
y que no hallase maestro que supiese
de sanallas.
Júntanse boca con boca
como una misa rezada.
Llora el uno, llora el otro, la cama bañan
en agua.
Toda mujer que la bebe luego se siente preñada.
Así hice yo, mezquina,
por la mi ventura mala.
Allí donde los entierran nace una azucena
blanca.
La novela de Tristán, famosísima en toda Europa medieval, dejó en España como eco el precedente romance. Figuraba ya éste en el repertorio de las canciones de moda entre las damas de la Reyes Católicos, según vemos en un "Juego trobado" que se celebró en 1495 entre las infantas y las damas de la corte. Han llegado hasta nosotros cuatro versiones del romance, unas de fines del siglo XV y otras de comienzos del siglo XVI. En la tradición moderna está completamente olvidado (Menéndez Pidal 60).
La mora Moraima
Yo me era mora Moraima morilla de un bel catar.
Cristiano vino a mi puerta cuitada, por me engañar:
hablóme en algarabía como quien la sabe hablar:
«ábrasme las puertas, mora, sí, Alá
te guarde de mal.»
«¿Cómo te abriré, mezquina,
que no sé quién te serás?»
«Yo soy el moro Mazote hermano de la tu madre,
que un cristiano dejo muerto y tras mí viene el
alcalde:
si no me abres tú, mi vida, aquí me verás
matar.»
Cuando esto oí, cuitada, comencéme a levantar,
vistiérame un almejía en no hallando mi brial,
fuérame para la puerta y abrila de par en par.
Lanzarote y el orgulloso
Nunca fuera caballero de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote cuando de Bretaña
vino:
que dueñas curaban dél, doncellas
del su rocino;
esa dueña Quintañona, ésa
le escanciaba el vino,
la linda reina Ginebra se lo acostaba consigo.
Y estando al mejor sabor, que sueño
no había dormido,
la reina toda turbada un pleito ha conmovido.
—Lanzarote Lanzarote, si antes hubieras venido
no hablara el Orgulloso las palabras que había
dicho,
que a pesar de vos, señor, se acostaría
comigo.--
Ya se arma Lanzarote de gran pesar conmovido;
despídese de su amiga, pregunta
por el camino,
topó con el Orgulloso debajo de un verde
pino.
Combátense de las lanzas, a las hachas
han venido.
Ya desmaya el Orgulloso, ya cae en tierra tendido;
cortárale la cabeza, sin hacer ningún
partido.
Vuélvese para su amiga donde fue bien
recibido.
Este romance gozó de cierta popularidad en el siglo XVI. Cervantes lo cita como uno de los muchos que contribuyeron al enloquecimiento de don Quijote junto con los libros de caballería (I, 2; II, 23 y 31). No hay que olvidar que los primeros seis capítulos del Quijote, cuando el caballero es golpeado al intentar tomar la justicia en sus manos, termina recitando romances, uno de los cuales es éste, naturalmente cambiando "Lanzarote" por "Don Quijote."
La bella malmaridada
La bella mal maridada, de las lindas
que yo ví,
véote tan triste, enojada, la verdad dila
tú a mí.
Si has de tomar amores por otro, no
dejes a mí,
que a tu marido, señora, con otras dueñas
lo vi,
besando y retozando, mucho mal dice
de ti;
juraba y perjuraba que te había de ferir.
Allí habló la señora,
allí habló, y dijo así:
—Sácame tú, el caballero, tú
sacásesme de aquí;
por las tierras donde fueres bien te
sabría yo servir:
yo te haría bien la cama en que hayamos de
dormir,
yo te guisaré la cena como a
caballero gentil,
de gallinas y capones y otras cosas más de
mil;
que a este mi marido ya no le puedo sufrir,
que me da muy mala vida cual vos bien podéis
oír.
Ellos en aquesto estando, su marido hélo aquí:
—¿Qué hacéis mala traidora?
¡Hoy habedes de morir!--
—¿Y por qué, señor? ¿por qué?,
que nunca os lo merecí.
Nunca besé a ningún hombre, nin hombre
me besó a mí.
Las penas que él merecía, señor,
daldas vos a mí:
con riendas de tu caballo, señor, azotes a
mí;
con cordones de oro y sirgo viva ahorques a mí.
En la huerta del naranjo viva entierres tú
a mí,
en sepoltura de oro y labrada de marfil,
y pongas encima un mote, señor, que diga así:
«Aquí está la flor de las flores,
por amores murió aquí
cualquier que muere de amores mándese enterrar
aquí
que así hice yo, mezquina, que por amar me
perdí.»
Romance de una fatal ocasión
Por aquellos prados verdes, qué galana va la
niña;
con su andar siega la yerba, con los zapatos
la trilla,
con el vuelo de la falda a ambos lados la tendía.
El rocío de los campos la daba por la
rodilla;
arregazó su brial, descubrió
blanca camisa;
maldiciendo del rocío y su gran descortesía,
miraba a un lado y a otro por ver si a1guien
la veía.
Bien la vía el caballero que tanto la
pretendía;
mucho andaba el de a caballo, mucho más
que anda la niña:
allá se la fue a alcanzar al pie de
una verde oliva,
¡amargo que lleva el fruto, amargo para la
linda!
—¿Adónde por estos prados camina
sola mi vida?
—No me puedo detener, que voy a la santa ermita.
—Tiempo es de hablarte, la blanca, escúchesme
aquí, la linda.
Abrazóla por sentarla al pie de la verde oliva;
dieron vuelta sobre vuelta, derribarla no podía.
Entre las vueltas que daban la niña el puñal
le quita,
metiéraselo en el pecho, a la espalda le salía.
Entre el hervor de la sangre el caballero decía:
—Perdime por tu hermosura; perdóname, blanca
niña.
No te alabes en tu tierra ni te alabes en la mía
que mataste un caballero con las armas que traía.
—No alabarme, caballero, decirlo, bien me sería;
donde no encontrase gentes a las aves lo diría.
Mas con mis ojos morenos, ¡Dios, cuánto
te lloraría!
Puso el muerto en el caballo, camina la sierra
arriba;
encontró al santo ermitaño a la puerta
de la ermita:
—Entiérrame este cadáver por
Dios y Santa María.
—Si lo trajeras con honra tú enterrarlo
aquí podrías.
—Yo con honra sí lo traigo, con honra y sin
alegría.
Con el su puñal dorado la sepultura
le hacía;
con las sus manos tan blancas de tierra el cuerpo
cubría,
con lágrimas de sus ojos le echaba el agua
bendita.
La mayoría de las versiones [de este romance], dice Menéndez Pidal, contienen sólo el conocido tema de la vengadora de su honra; las que yo sigo lo complican y le dan más valor trágico, haciendo coexistir en la doncella el pudor homicida y la tierna compasión por el caballero amante [62].