Marta Sozzi
Teatro español contemporáneo [Español 551]
Prof. Rei Berroa
Junio 2003
 

La locura y la tristeza del desposeído
[Reseña de una representación teatral]

El loco y la triste es una obra de Juan Radrigán, dramaturgo chileno que se inició como autor dramático en la década del 80.  Nacido y criado en un círculo social y familiar de extracción popular, su educación estuvo enraizada en la casa, la calle y los círculos sociales que frecuentó, aunque fue su madre quien  le brindó la educación escolar inicial. Luego, las lecturas, los amigos y los colegas le dieron las fuentes que alimentaron sus intereses literarios y su amor al teatro. Fue obrero, sindicalista, librero y vendedor, entre otros oficios y, por tanto, los temas de sus obras recorren la esfera social de los marginados que se expresan en dialectos.

En El loco y la triste, dos personajes se encuentran en un edificio semi derrumbado y que no tardará en ser destruido, para dar lugar a otros proyectos. El loco está representado por Hugo Medrano, fundador, director y actor del Teatro Gala; la esposa de Radrigán, Silvia Marín, artista chilena ganadora de importantes premios y que ahora se encuentra en un programa de intercambio cultural del Teatro Gala, representa a la triste.

La obra presenta dos personajes marginados y solitarios que parecen estar próximos al fin de sus vidas: el loco encuentra el resguardo de la realidad en la bebida, y busca su final en el paraíso que imagina más allá de su muerte; la triste, prostituta ya mayor, trata de encontrar el suyo en una casa, aquí, ahora y en este lugar. El loco deja que a su vida se la lleve la bebida; la triste arrastra la suya en la cojera de su pie.

El loco y la triste hablan constantemente en un dialecto chileno, que a veces es diálogo, otras monólogo y a veces monólogos superpuestos; las voces se sienten como un rodar de ripios en el lecho del arroyo humano, revelando su soledad y desamparo; una perspectiva que cada espectador recibe de acuerdo a sus vivencias personales, lo que lleva a Teresa Wiltz en su crítica a la obra para el periódico The Washington Post, a verla como “ [A] tragicomedy where everything happens, the actors stalking a static stage, talking and talking and talking” (Washington Post, May 3, 2003).

Si bien siempre es deseable que el espectador complete su visión de la obra con la lectura, en el caso de las obras de Radrigán se hace una necesidad; muchas veces resulta difícil comprender lo que se dice, por desconocer los giros léxicos y enunciativos de la jerga propia del dialecto chileno.

La ansiedad fluye de las voces de los actores con la fuerza de la desolación y el acobardamiento de vidas que giraron en círculos sin salidas; sus tiempos de niñez y juventud se disiparon en búsquedas infructuosas y chocaron con realidades crueles y encierros de márgenes desconocidos. Las oportunidades nunca llegaron; están tratando de encontrar una fantasía que les permita seguir; una utopía que se sostiene por un lado por las ganas de seguir, y por otro lado por los “muros” con los que la sociedad se protege de la vista de los desposeídos.

Al levantarse el telón, se ve un cuarto de un edificio abandonado, al que le falta parte de una pared, las ventanas tienen algunos vidrios rotos, hay objetos viejos que sirven de muebles precarios, cajones, cacharros, botellas vacías en el suelo; alguien está durmiendo sobre un jergón; otra persona duerme en el suelo sobre unos restos de mantas, mientras se cubre con otras.  Entran rayos de sol a través de las múltiples rendijas de la ventana.  Al concluir la obra, los dos protagonistas estarán bailando y cantando fuertemente con voces que tratarán de ocultar el ruido de las máquinas que comienzan a demoler el edificio.

Esta obra no exige ni escenografía sofisticada ni efectos visuales o de iluminación, tampoco cambios de escena o multiplicidad de actores.  Así son las obras de Radrigán: la armonía de sus recursos escénicos no va en desmedro de la elocuencia de su mensaje, antes al contrario, la realza.

La  lograda actuación de Medrano y Marín, revela una dinámica de entendimiento que supera las diferencias estilísticas. La expresión física, los gestos y las miradas señalan los diferentes caminos vividos por los personajes; ambos independientes, cada uno con experiencias casi opuestas, muestran, sin embargo, la profundidad de las miserias tan comunes a los desposeídos.

Excelente tarea la del teatro Gala, que merece el apoyo de críticas elaboradas por escritores más sensibles a la realidad de sociedades menos afortunadas.